Mi abuela era “puro pueblo” y por lo mismo amiga del canturreo. Cantora de trilla recorrió los campos de la zona central siguiendo a su marido, mi abuelo Waldo, quién había estudiado en la Escuela de Agricultura en la Quinta Normal y era, como dice Violeta “inquilino mayor, capataz y cuidador poco menos que del aire”.
Así mi abuela Fresia crió a sus 4 hijos, el mayor de los cuales era mi padre Raúl y así despues viví mi propia infancia en San Fernando, provincia huasa de Colchagua, junto a mis padres y mi abuela fresia.
Son increíbles las historias que he escuchado de ella. Ahora que ya no está con nosotros, mi padre y sus hermanos recuerdan sabrosos momentos como aquel en que mi padre se enterró una pieza de metal al caer del caballo. El pigüelo de su espuela le cruzó la pierna a la altura de la rodilla. Mi abuela se acercó, extendió su mano curadora y le vertió ni más ni menos que Creolina sobre la herida. “Dí como cuatro vueltas al potrero gritando” recuerda mi padre, mientras no sé si reír o llorar.
Que no se crea que no tenía gracia mi abuela. Cada vez que Lucía Pinochet visitaba San Fernando, mi abuela era número fijo en la sede del partido. Allá la llevaban con su vieja guitarra, para que entonara las clásicas “Diuca taimá” o “El 5 de yerbas”.
Mi abuela hizo que mi padre dejara su querida carrera militar para trabajar y ayudar en la crianza de sus hermanos. Mi padre, siempre mantiene su mezcla de honestidad liberal y nacionalista. Disfruta conmigo los 4 Cuartos y le puedo regalar un libro sobre el 7° de Línea.
Hace unas semanas relataban mi tío Rubén y mi padre, que en una oportunidad, mi abuela – que se había hecho de un negocio en donde yo subía al mesón a cantar a los clientes a cambio de una bebida (esa es otra historia)- sintió un ratón grande que había entrado y estaba comiendo algo de su preciada mercadería. Sin más apoyo que sus rezos y maldiciones, avanzó hacia el intruso y una vez al alcance, tomo una actitud felina y lo acechó hasta verlo. En ese momento con toda la fuerza ancestral en su sangre, se abalanzó y le atrapó con su ruda mano. Mientras el ratón chillaba y se retorcía para liberarse mi abuela fieramente lo sujetaba, cada vez con más fuerzas, hasta que por fin el sorprendido animal murió.
Esas historias y otras más espeluznantes me hacen comprender que nunca se alcanza a conocer a una persona.
Mi abuela nos llevó junto a mi hermana de vacaciones a la parcela de su hermano en Villarrica, lugar hermoso donde, salvo el hecho de extrañar a nuestros padres y lamentar no poder ver bien el Festival de Viña, disfrutamos con Carmen Luz y sobre todo engordamos. Porque puchas que nos alimentaban allá. Mi abuela recolectaba ciruelas en el patio y siempre decía “pero pa’ que me sirvió tanto….”, y después peinaba el plato con el pan, ja ja, era muy chistoso.
Así mi abuela Fresia crió a sus 4 hijos, el mayor de los cuales era mi padre Raúl y así despues viví mi propia infancia en San Fernando, provincia huasa de Colchagua, junto a mis padres y mi abuela fresia.
Son increíbles las historias que he escuchado de ella. Ahora que ya no está con nosotros, mi padre y sus hermanos recuerdan sabrosos momentos como aquel en que mi padre se enterró una pieza de metal al caer del caballo. El pigüelo de su espuela le cruzó la pierna a la altura de la rodilla. Mi abuela se acercó, extendió su mano curadora y le vertió ni más ni menos que Creolina sobre la herida. “Dí como cuatro vueltas al potrero gritando” recuerda mi padre, mientras no sé si reír o llorar.
Que no se crea que no tenía gracia mi abuela. Cada vez que Lucía Pinochet visitaba San Fernando, mi abuela era número fijo en la sede del partido. Allá la llevaban con su vieja guitarra, para que entonara las clásicas “Diuca taimá” o “El 5 de yerbas”.
Mi abuela hizo que mi padre dejara su querida carrera militar para trabajar y ayudar en la crianza de sus hermanos. Mi padre, siempre mantiene su mezcla de honestidad liberal y nacionalista. Disfruta conmigo los 4 Cuartos y le puedo regalar un libro sobre el 7° de Línea.
Hace unas semanas relataban mi tío Rubén y mi padre, que en una oportunidad, mi abuela – que se había hecho de un negocio en donde yo subía al mesón a cantar a los clientes a cambio de una bebida (esa es otra historia)- sintió un ratón grande que había entrado y estaba comiendo algo de su preciada mercadería. Sin más apoyo que sus rezos y maldiciones, avanzó hacia el intruso y una vez al alcance, tomo una actitud felina y lo acechó hasta verlo. En ese momento con toda la fuerza ancestral en su sangre, se abalanzó y le atrapó con su ruda mano. Mientras el ratón chillaba y se retorcía para liberarse mi abuela fieramente lo sujetaba, cada vez con más fuerzas, hasta que por fin el sorprendido animal murió.
Esas historias y otras más espeluznantes me hacen comprender que nunca se alcanza a conocer a una persona.
Mi abuela nos llevó junto a mi hermana de vacaciones a la parcela de su hermano en Villarrica, lugar hermoso donde, salvo el hecho de extrañar a nuestros padres y lamentar no poder ver bien el Festival de Viña, disfrutamos con Carmen Luz y sobre todo engordamos. Porque puchas que nos alimentaban allá. Mi abuela recolectaba ciruelas en el patio y siempre decía “pero pa’ que me sirvió tanto….”, y después peinaba el plato con el pan, ja ja, era muy chistoso.
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Un gusto saludarte sergio