La Flor Inexistente


EL POETA EN SU PROSA (Postfacio al libro "La Flor Inexistente" de Miguel Serrano)
Por Armando Uribe



El escritor chileno que ha pretendido más en sus obras principales es Miguel Serrano. Crear una mitología chilena de carácter universalmente válido.
Hace cuarenta años Enrique Espinoza, director de esa muy destacada revista literaria que hubo en Chile, "Babel" (1940-1952), me enseñó que siempre merece el máximo respeto aquel escritor capaz de elevar su obra a los altos asuntos, en el intento de crear un mito. Junto con José Santos González Vera, consideraba que Pedro Prado, en Alsino, tuvo tal propósito; por ende merecía admiración, aun cuando, opinaban ambos, su intento se frustró en definitiva.


Miguel Serrano, consciente e inconscientemente, ha tenido una más alta y completa ambición. Se observa desde sus primeros libros, a fines de la tercera década del siglo pasado, y prosigue hasta hoy en esta peligrosa tarea de invención mitológica.


En mi concepto, incluso sus manifestaciones ideológicas y de política mundial –aunque se discrepe de ellas– son, por su estilo y pasión, sobre todo literatura de creación mitológica, fantasía exacerbada por el afán mistagógico, es decir, "escrito que pretende revelar alguna doctrina oculta o maravillosa" (RAE), de transformar el mundo, el cosmos, el ser humano: revelar el misterio guardando sus secretos.

Puede hacer esto último porque es un notable escritor en prosa y porque mucho en su prosa contiene poesía. Tomen, por ejemplo, estas frases y pasajes de La flor inexistente:

"…nos dimos cita en unos barrios quebrados…"

"Las cabelleras les caían sobre los hombros y los bordes de sus siluetas se enmarcaban con vetas de oro".

"…buscando la Ciudad de los Césares en las calles diurnas".

"Descubrí aguas que nadie ha visto, cumbres donde florecen extrañas plantas y se mecen lirios de fuego, llanuras de pura luz sonora, nieves como la espuma de la plata".

"Me sumergí en las aguas del lago Nahuel-Huapi, frí- as como la muerte, donde los ángeles lavan sus alas".

"Y planté un manzano en tierras del sur, donde sólo crece el viento".

"Y cuando la lanza indígena me abrió el pecho, del arroyuelo de sangre que de él manara para regar el lejano sur y fertilizar el manzano, vinieron también ciudades y ciudades, con muros de oro, con techos de diamante, que yo llevaba dentro desde que naciera".

"Estos barcos se aprovisionaban en los misteriosos oasis de la Antártida, donde tal vez se esconde la Ciudad. La flota era mandada por almirantes expertos e inmortales, con barbas heladas y ojos como icebergs".

"Esta flota navega bajo el agua, por las profun- didades del mar, debajo de los hielos Antárticos, abriéndose paso en dirección a los oasis de aguas tibias que existen en las praderas congeladas".

"En el Caleuche va el Almirante. Lleva en sus manos un catalejo que más semeja un cetro; también tiene alas".

"[La Ciudad] se encuentra en todas partes y no sólo en el lago Nahuel-Huapi, entre las Torres del Paine, en el Monte Melimoyu y en los oasis antárticos de la Reina Maud. También aquí mismo, en el centro de Santiago de la Nueva Extremadura, en la calle San Diego, en Avenida Matta, en la calle Lira, en Carmen, en Recoleta, en Santo Domingo, en Padura y muchas más. La andarán pisando, escuchando a cada momento; cuando hayan entrado en ella, ya no lo estarán; cuando crean haber llegado, descubrirán que es un engaño; la habrán encontrado cuando no lo sepan, cuando ya no lo esperen, cuando crean que no existe, cuando les haya vencido el desaliento. Nacieron en ella, viven en ella, la perdieron antes de nacer; la recuperarán después de morir".

"Desde el interior del cuarto se aproximó una mujer voluminosa, con las piernas envueltas en polainas de papel".

"Mi fervorosa juventud había buscado aquella noche por los contornos de aquel cuerpo de mujer, deteniéndome en cada una de sus esquinas, junto a sus pies, abrazado a las columnas de sus piernas, arrastrándome por los suaves sembrados, ascendiendo sus cordilleras, sostenido por sus brazos, mientras bebía en sus labios el licor de un fruto que ha madurado demasiado pronto. Pero sus ojos no me vieron, perdidos en una lluvia imaginaria".

"[¿] por qué no encontré la Ciudad, si tú nos has dicho que está en todas partes, en todo ser vivo, en toda mujer, en todo hombre?".

" El perro blanco quiso impedirme la entrada".

"Debiste obedecerle porque el perro es también la Ciudad".

"La Ciudad es como una flor de papel pintado (…)".

Se debe reconocer que todas las citas anteriores vienen sólo de la primera parte de La flor inexistente, que tiene por título “Jasón”; y que este antiguo amigo de viaje y despedida no aparece mencionado en ellas. Tampoco aparece –salvo en la última cita– la flor, aun cuando es el motivo del libro desde el inicio, llamado “La Primera Flor”, en que hay un jardín donde juegan los niños y, entre ellos, el autor cuando era infante.


“Un día, del interior de una flor asomó una mano y me hizo señas para que me aproximase. (…) me preocupó que la invitación fuese para entrar a la flor”. Ésta se deshoja, no puede reconstruirla, ni aun armando una de papel. “En aquel momento dejé de ser niño y no pude seguir conversando con las plantas (…) Había entrado en competencia con la naturaleza y con el buen Dios; había contraído, sin saberlo, el compromiso mortal de crear una flor”. ¿Sería ello posible en la Ciudad de los Césares? Y se produce la búsqueda iniciática.

La segunda parte se llama “Papán”, que es una princesa de una Ciudad, Agharti. Ésta, si no me equivoco, subterránea y secreta, fue buscada desde principios del siglo XX por el gran poeta Stefan George y por su Círculo, mágico y real, que tuvo entre sus miembros a Von Stauffenberg, quien atentó contra Hitler en 1944.

Muchas citas maravillosas podría hacer de “Papán”.Más aún de la tercera parte: “La Creación de la Flor”. Pero guardemos el secreto de esta conclusión, si lo es.

Llegó el tiempo de acabar estas líneas y concluir, si es posible.

Este libro es un gran poema.

Miguel Serrano es un poeta mayor chileno que no desmerece entre los grandes de la continuidad de la poesía en nuestro país escrita en verso. Su prosa es de altura, y además tiene garra.
Sus obras más importantes, coronadas –no finiquitadas– por las Memorias de él y yo en cuatro volúmenes, componen un conjunto que es, en cierto modo, un mismo y único Libro.

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