y me encontré en San Fernando


Un domingo, hace unas semanas, visité a mi madre en San Fernando, sin más motivo que verle y pasar algunas horas juntos. Había pensado en ella y mi actual lejanía, ingrata distancia, después de toda una vida de recibir nada más que amor y preocupación. Probablemente el avance de los años, y especialmente los míos, me hacen pensar en temas que antes no estaban “jerarquizados”, utilizando la terminología de moda.
El asunto es que viajé “por el día”, y habiendo ya adquirido un pasaje de vuelta a mi ciudad de residencia, Talca, me dispuse a disfrutar tranquilamente de un almuerzo casero y una tarde de conversación y descanso. También tocar guitarra era un buen panorama para recrearse pues siendo un frío día de invierno, cualquier salida afuera de la casa significaba un riesgo para la resentida salud de ella y una exigencia a su ya depresiva médula.
La cazuela de ave estaba exquisita; almorzamos juntos, acompañados de una copa de vino y hablamos de la familia, la salud y recuerdos. Por algunos minutos quedamos juntos, ordenando la mesa y tomando café, pero pronto sentí un deseo por subir al segundo piso y recorrer las piezas de mi infancia. La verdad es que ya arriba me di cuenta que lo que andaba buscando no eran esos recuerdos tan lejanos, sino a mi padre, quién ya se había ido hace un tiempo y cuyas cosas permanecían ahí. Nuestros diplomas, sus casettes de música chilena, sus interminables hojas de canciones y poesías, los libros de folklore e historia. Mi buen y manso padre, tan querido por todos y cuya fidelidad a la honradez dejó para nosotros nada de dinero pero miles de riquezas más valiosas.
Sentí su partida y también su presencia, hurgando en sus cosas. Cuantos años, cuántas historias que siempre fueron lejanas ahora tuvieron un sentido diferente para mí. Ya no se trataba solamente del recuerdo, o ya no solo era eso, sino que pude verme retratado. Ahora era yo el que vivía esas historias, mis historias, las que forman cada día mi memoria, mi historia, la que quizá recordarán mis hermanos, mis hijas. ¿Qué estoy yo reuniendo? ¿Cuál será la pieza en que yo guarde mis tesoros? ¿Cuál la imagen que de mí finalmente quede?
Inevitablemente volví a mi vida, al domingo en San Fernando, pero con algo diferente en mi pecho y mi garganta. De vuelta en el comedor y con mi madre descansando en su cómodo sillón, me instalé con la guitarra y se vino encima una andanada de recuerdos y canciones que no tocaba hace muchos años. Así fue que comenzaron a sonar mis lentas interpretaciones, aunque la tardanza no estaba en mis manos, se estaba produciendo por mi interés particular por las letras, por el mensaje y la poesía que antes canté con prisa. Ahora cada palabra era dicha por mí pero ya no era un show para otros, sino para mí. Así cada canción me fué dando golpe tras golpe y mientras mi madre sonreía y disfrutaba yo iba sorteando la de flechazos que me hacían temblar la voz. Bellas letras que ahora eran mis historias, mis pensamientos y mis preguntas. Y dime ¿adonde van las palabras que no se quedaron?, lo más terrible se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida ….


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